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El brillo de las velas danzaba ferviente. Un movimiento sutil del cerillo y otra bailarina se fraguaría a la sagrada danza como una plegaría, Elisa llevó a sus labios de un recatado rosa pálido el cerillo apagando su luz con soplo sutil, dispuesta frente al reclinatorio se arrodilló para juntar las manos y partir su rogativa, discreta, con el credo de los apóstoles. En la iglesia no habían más que un par de personas que oscilaban en un vaivén como el danzar de las velas a través del tiempo, la fé no era algo muy presente en la ciudad, sin embargo siempre habían creyentes que se encargaban del templo y cuidaban para evitar la evidencia de aquel hecho.

Elisa venía de una familia humilde, honrada y sumamente creyente que vivía en el Downtown. Sus padres eran dueños de un pequeño restaurante de comida casera especializada en la comida italiana, un lugar acogedor y hogareño. La mama de Elisa y dos ayudantes más cocinaban, mientras que el padre era el cajero y administrador del lugar y Elisa, casi por inercia era la mesera. A pesar de que sus padres esperaban que estudiase cocina para continuar el negocio familiar, ella solo deseaba consagrar su vida a la paz que hallaba dentro de aquellas cuatro paredes, vivir una vida humilde, austera, ayudando al prójimo, Elisa lo sabía, "el llamado" había sido claro y no podía hacer oídos sordos, aquella era su vocación. 

Ojos cerrados, en una comunión con dios, la joven sumergida en sus pensamientos se vio interrumpida por el vibrar dentro de su bolsillo, el rosario calló de su mano mientras intentaba sacar el celular, cuando finalmente lo consiguió, levantó la tapa y observó con detenimiento que era la alarma, ya era la hora de trabajar, tomó el rosario, lo besó, para después persignarse mirando la figura del redentor crucificado, realizando una sutil reverencia. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, sintiéndose súbitamente observada inquisitivamente, al girarse en dirección del artífice de tan incómoda sensación, la joven se halló con la mirada de un chico, un joven de ropas que oscilaban entre la gama del blanco y el negro, gris, de ojos oscuros y cabello negro cubierto por un gorro, se veía sereno y de aspecto serio, era de contextura fina y portaba una ropa bastante abrigadora, la joven humilló la mirada, apartándola del joven que no dejaba de contemplarla. Elisa salió de la zona de las bancas, tímida, vacilante si preguntarle a aquel joven que parecía desencajado de aquel lugar, que nunca había visto antes y lucía casi desorientado, si estaba perdido y en que podría ayudarle... iba tarde, sin embargo finalmente dubitativa se acercó al joven.

- Disculpe señor, se encuentra bien? Esta perdido?- preguntó con voz matizada, el chico la observó.
- Me encuentro bien, y estoy en el lugar correcto, gracias por preguntar- respondió cortante.

Un silencio suspendido entre ambos de tan solo unos instantes pareció una eternidad, hasta que la voz del joven posiguió- Me gusta este lugar...- comentó - Es un buen lugar para pensar- musitó evocativo observando la cruz central del templo - No cree?- concluyó mirando a la chica, a lo que ella asintió alegre apartando uno de sus mechones rubios.
- Lo es- una sonrisa enmarcada por sus labios adornados por un rosa pálido fue cálida y sincera, para después respirar profundo y estirar los brazos - Dios siempre da respuesta a las preguntas y nos azuza colmándonos de paz y fuerza frente a nuestros problemas- agregó Elisa observando al chico. El joven no hizo movimiento alguno, no apartó la vista de ella, el teléfono volvió a vibrar, el recuerdo de que tenía que irse. - Un gusto- pronunció Elisa haciendo una sutil reverencia al chico el cual correspondió su saludo esbozando "Igualmente".

La joven en un paso rápido salió de la Iglesia mirando hacia ambos lados buscando el estacionamiento en donde había dejado su bicicleta, una bicicleta marrón estaba aparcada entre los fierros, corrió hacia ella guardando el rosario y sacando ahora las llaves del candado, se subió a su vehículo de transporte e inconscientemente miró por última vez la Iglesia, pensando un instante en el extraño chico sentado en las bancas, sacó el soporte y pedaleando a toda fuerza se dirigió hacia el restaurante.